Crítica

Miguel Estaña, pinta paisajes, con trazo grueso, abarcando la densidad del color, la profundidad de la materia y la idiosincrasia de la tierra. Es un paisajista sobrio, al que no le gusta renunciar al color.

Acomete la obra desde la perspectiva de la visión elaborada directamente, sin pensárselo mucho.

Activo, directo, jovial. Su obra es fresca, de trazo preciso, de percepción singularmente naturalista, buscando la bravura de la dificultad del momento.

Acomete su idea de la naturaleza con energía, interesándose además del paisaje, también por los animales, desde el punto de vista de quien vive, saboreando cada instante de la existencia. Busca, concentrarse en la idiosincrasia de lo creado, en el núcleo del momento, en la dificultad para captar con exactitud toda la fuerza y expresividad del latido de vida.

En este sentido su pintura no es circunstancial, es decir que no busca captar la anécdota, sino ensayar a partir de la visceralidad, sus facultades aptas para profundizar en la verdadera virtud de lo sublime.

Persigue la fuerza, la virulencia de lo sagrado, la fervorosa virtud contenida en el marasmo. Plasma el paisaje, la vegetación, la incidencia del sol, de la luz, los diferentes matices, desde el punto de vista de lo expresivo, buscando una comunicación cautelosa, dentro de la desmesura provocada por su carácter afable y efusivo.

El paisaje está tratado con fuerza, buscando los aspectos que denoten una estructura dominada por la garra, el fuego interior y la dureza de la propia existencia.

Se aleja de cualquier veleidad edulcorada, no le interesa sublimar, sino constatar, cual notario, la verdad del momento, que es instante, que se circunscribe a la voluntad de cambio.

Considera que la transformación es la base de la vida y, es por ello, que sus paisajes van más allá de lo hierático, siempre expresan de forma decidida su apuesta por el cambio, con el movimiento contenido en su interior.

En este contexto percibe a los animales, como seres dotados de un sentimiento especial, buscando comunicar fuerza, que es energía y que invaden con ceremoniosidad callada los ojos de los cronópios urbanitas que acechan al mundo salvaje que yace relegado en el olvido de los sueños de los aventureros y biólogos.